Los egipcios creían que los gatos traían bendiciones a las casas de sus amos, por eso casi cada familia egipcia tenía uno en su hogar. Hasta donde se sabe, los gatos eran llamados miu o mii, tal como suena un maullido. Los felinos domésticos eran tan queridos, que comían igual o mejor que los miembros de la familia y había hogares donde el gato era el primero en comer. Los más estimados eran los negros, que eran extremadamente raros.
Se han preservado muchas imágenes y esculturas de la antigüedad egipcia, donde se ven gatos esbeltos y enjoyados que indican que esta civilización cuidaba y adornaba a estas mascotas. Además, también se han encontrado numerosos amuletos de bronce, marfil, terracota, lapislázuli, entre otros materiales, con la forma de un gato; así como espejos de tocador con gatos tallados en el mango y cajas de cosméticos decorados con las figuras de estos animales. Por otro lado, abundan las pinturas funerarias que presentan escenas con las mascotas de las personas enterradas, especialmente perros y gatos; estas imágenes los muestran en actividades cotidianas: comiendo, pescado, cazando al lado de su amo o simplemente sentados en reposo. Con ello se recordaba el cariño que el difunto había tenido por su gato y, simbólicamente, el animal acompañaba a su amo al mundo de los muertos.
Tanto se apreciaba a los gatos que se consideraba que todos ellos eran propiedad del faraón, aunque éste permitía que los plebeyos los cuidaran. Los gatos incluso figuraban en la interpretación de los sueños, pues se decía que si un hombre veía a uno en sus sueños tendría una buena cosecha. Otro testimonio del amor de los egipcios a los gatos cuenta que, en una batalla entre persas y egipcios, el general persa ordenó a sus soldados arrojar gatos vivos por encima de la fortaleza de los egipcios. Se dice que los egipcios prefirieron rendirse antes que permitir que siguieran lastimando así a los gatos.
La veneración por los gatos se enlazó con la religión. El pueblo egipcio llegó a adorar a ciertos animales que se creía que encarnaban a dioses, como los cocodrilos, cobras, escorpiones, vacas, halcones y, por supuesto, los gatos. Hubo dos diosas gemelas, hijas del dios solar Ra, que se representaban con cuerpo de mujer y cabeza felina: Bastet y Sekhmet.
Bastet (también conocida como Bast, Pasch, Ubasti) tenía cabeza de gato negro y Sakhmet, cabeza de león. Ambas diosas representaban el balance entre el bien y el mal en la naturaleza humana. Sekhmet era una diosa violenta, fiera y destructiva, se asociaba con la guerra. Bastet, por el contrario, simbolizaba la fertilidad, maternidad, alegría, belleza, danza y placer. A ella se le atribuía el poder de hacer que crecieran las cosechas de trigo y cebada, así como la capacidad de proteger a los seres humanos de la enfermedad y los malos espíritus. A Bastet se le asociaba con el ojo izquierdo de Ra, del dios solar; Sekhmet era el ojo derecho.
Dentro del panteón* egipcio, Bastet fue una de las diosas más populares y queridas. Su culto alcanzó su clímax alrededor del año 950 antes de nuestra Era. El templo principal de esta diosa estaba en Bubastis (ahora Tell Bastra), una población en la región sudeste del delta del río Nilo. En el Templo de Bastet en Bubastis vivían cientos de gatos considerados sagrados y alrededor del templo había varios cementerios para gatos. El festival en honor de la diosa Bastet se celebraba el 31 de octubre, al cual acudían miles de personas en peregrinación. Se hacían rezos y se quemaba incienso; pero también había cantos, vino y desenfreno.
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